Por Flavio Mogetta

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

“¿No deberíamos, cada vez, en cada serena y feliz ocasión en la que abrimos un libro, reflexionar sobre cómo fue posible el milagro de que este texto llegara a nosotros?”, se pregunta el historiador de arte francés Didi-Huberman en El archivo arde, ensayo en el que aborda la reconstrucción de un suceso a partir del archivo, y donde eso que se pretende reconstruir ya dejó de ser, por lo que solo resta realizar una empresa arqueológica, que en sus palabras “debe correr el riesgo de ordenar fragmentos de cosas supervivientes, que siempre se mantienen anacrónicas”. De alguna manera ese fue el trabajo que realizó el periodista Fernando García en su libro El Di Tella.

Convertido en una suerte de arqueólogo beat, García escribe que “con el archivo se puede reconstruir la historia pero no la experiencia, que es intransferible”. Eso lo pensará cuando en 2018 en una oficina de la Universidad Di Tella se enfrente a “ciento veintiséis cajas, tres cajones y un viejo mueble archivero”. Al material que encuentra ahí le sumará casi tres años de entrevistas a distintos protagonistas de aquellos años en los que la vanguardia como en ningún otro lado del mundo contó con un espacio que la aglutinara. A los documentos que ofrece se le suma el desafío de narrar lo in-narrable, por eso “el libro tiene la pretensión de ser ‘ditelliano’ y en ese sentido sentí necesario expresarlo desde una narrativa contemporánea”, comenta el periodista.

-En el ITDT convivían múltiples expresiones artísticas, quien parece en el libro dar en la tecla es Norman Briski cuando sentencia “El Di Tella reúne pero no une”.

-Sí. El libro mismo distingue que no era lo mismo estar en el Di Tella que ser “ditelliano”. Es ahí donde se da la observación de Briski en su mayor amplitud. Se suele resumir toda la experiencia en los artistas pop, pero la realidad es que el calendario de muestras da idea de una amplitud en la que tenía lugar un maestro consagrado como Berni, por ejemplo. En el CEA las corrientes eran tan opuestas que llegaron a chocar en un mismo escenario hacia 1967. El bloque más homogéneo era el del área de música electrónica y concreta pero a la vez el menos público y menos permeable a la atmósfera de “Floridanópolis”. Pero en la música popular también se daban esos matices: ¿Qué hay de común entre Nacha Guevara y Manal? Nada. Solo que ambos pasaron por el Di Tella y que no tenían muchos otros lugares donde hacerse escuchar.

-El Di Tella tuvo la magia de poder aunar la vanguardia y la cultura popular. ¿Dejó un legado?

-Ese es su mayor legado. La cultura pop argentina se definió en ese espacio entre 1965 y 1970 y su mayor virtud fue aplicar procedimientos de vanguardia sobre la memoria de una cultura popular con raíces en el tango, el folk de Molina Campos, la explosión del consumo en los años 40 y el carácter autoficcional de la propaganda peronista.

-¿Qué figuras mencionarías a la hora de referenciarlo?

-Jorge Romero Brest, Roberto Villanueva, Ginastera, Juan Carlos Distéfano, Fernando Von Reichenbach y Enrique Oteiza, el hombre de confianza de Guido Di Tella que supo aunar tecnocracia y contracultura en un mismo espacio. Su capacidad de gestión fue más allá de lo administrativo y casi diría que tuvo un rol decisivo en la articulación de arte y política. Queda demostrado en la documentación del libro que su compromiso con la innovación artística como parte de una idea de desarrollo cultural fue absoluta y que prefirió renunciar antes que cerrar la puerta de los Centros de Arte.

-Otro apellido que aparece es el de Roberto Jacoby, quien a principios de los ’80 seguiría vinculado a la vanguardia desde el rock…

-Sí. Parte de lo que yo llamo la “diáspora del Di Tella” se involucró directamente en la cultura rock. Algunos como Oscar Bony y Juan Gatti (muy influido por Cancela & Mesejean) le dieron a la música de la contracultura una imagen: ese proceso empezó en la revista Pinap (donde Jorge de La Vega fue director de arte) y el sello Mandioca y culminó con la edición de Artaud, de Pescado Rabioso, grupo en el que participó Carlos Cutaia, un músico muy activo en los shows audiovisuales del Di Tella. Jacoby puso la piedra inicial de ese contagio con el mixed media show “Be At Beat Beatles”, que tuvo la no-forma de un happening, pero su influencia más rotunda apareció como letrista de Virus, en el comienzo del underground. Es en esta escena donde lo “ditelliano” volvió a emerger ya sin la protección del Instituto. La Organización Negra, Gambas al Ajillo, Virus, los primeros años de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, Los Twist, Las Bay Biscuits, Los Melli, heredaron ese gen cultural (o parakultural).

-En el libro conviven dos causas del cierre del Di Tella: una, política (Juan Carlos Onganía) y otra, económica…

-La concurrencia de la crisis económica de Siam con la radicalización de los artistas y el endurecimiento del aparato censor del régimen de Onganía forman un friso donde se inscribe el final del Di Tella. No hubo una única causa: no tenemos en Onganía al malo perfecto de la película, sino a uno de los villanos invitados en todo caso. Hacia 1970 muchos de los artistas o bien ya no querían formar parte de una institución (aunque fuera diferente a todas) o bien se había ido de la Argentina. La época abrió y cerró con el Di Tella.

© LA GACETA

EL DI TELLA

Una herencia y un fenómeno

El Instituto Torcuato Di Tella (ITDT) fue fundado por los hermanos Guido y Torcuato Di Tella apoyándose en la fortuna que les proporcionaba la industria familiar insertada en la vida de los argentinos a partir de sus heladeras, surtidores de nafta o sus autos. Originalmente el ITDT fue ideado con el objetivo de promover el estudio y la investigación de alto nivel y la apertura de la sede de calle Florida significó toda una revolución. Allí funcionaron hasta su cierre en 1970 el Centro de experimentación Audiovisual (CEA), dirigido por Roberto Villanueva; el Centro Latinoamericano de Altos Estudios Musicales (CLAEM), a cargo de Alberto Ginastera, y el Centro de Artes Visuales (CEV), bajo la órbita de Jorge Romero Brest. Los artistas vinculados a esa sede son muchísimos y la lista parece tan interminable como ecléctica: Antonio Berni, Marta Minujín, Umberto Eco, León Ferrari, Les Luthiers, Manal, Gyula Kosice, Marilú Marini, Almendra, Nacha Guevara, Gerardo Gandini, Julio Le Parc, Juan Carlos Distéfano, por citar algunos. El lugar no tardó en convertirse en epicentro de nuevas ex presiones artísticas, en sinónimo de vanguardia y provocación, y por sobre todas las cosas en un espacio de creación sin límites, donde nada parecía imposible. Su influjo se derramó hacia a las adyacencias: continuaba en casas, hoteles o cafés, que también albergaba a esos protagonistas. García denomina a ese universo como “Floridanópolis” y de él da cuenta en la primera de las tres partes en la que está dividido el libro: “La tarea arqueológica lleva a la necesaria formulación de una civilización, establecida entre la realidad y cierta dosis de ficción. Esto quiere decir que ‘Floridanópolis’ no existió, no hay mapas, no hay nada que así lo certifique en los libros de historia pero sí existió como un movimiento humano en determinada psicogeografía de Buenos Aires. Solo restaba ponerle un nombre. Los satélites y el Di Tella se retroalimentaron de manera de hacer posible el fenómeno.

El futuro (del futuro) *

Por Fernando García

En 2018, cuando salí a buscar historias para contar la historia del Instituto Di Tella, fue como si las moléculas del edificio se reconstituyeran y se desplegaran en el espacio y el tiempo. Los nombres volvieron a ponerse en circulación en una danza ininterrumpida de eventos (presentaciones de libros, charlas públicas, muestras de arte, obras de teatro) desde febrero hasta diciembre. Los que estaban afuera del país coincidieron sin proponérselo con los que se quedaron acá para lo que hubiera sido el sexagésimo aniversario del instituto. Como una reunión fragmentada, astillada, de sus partes. Un festejo sin salón; sin invitados ni invitaciones y sin un maestro de ceremonias que leyera con voz grave:

Origen y propósito

Fue fundado el 22 de junio de 1958, como homenaje al ingeniero Torcuato Di Tella en el décimo aniversario de su fallecimiento. Inició sus actividades el 1º de agosto de 1960.
Creado con carácter de «entidad de bien público sin fines de lucro», fue así reconocido por el Superior Gobierno de la Nación en los decretos nº 11.823 y 6455.

Su fundamental propósito es promover el estudio y la investigación de alto nivel, en lo que atañe al desarrollo científico, cultural y artístico del país, sin perder de vista al contexto latinoamericano donde está ubicada la Argentina.
Guido y Torcuato Di Tella tenían 27 y 28 años respectivamente cuando fundaron el instituto. Con el tiempo se volverían nombres de la política argentina en diferentes versiones del peronismo, movimiento con el que las industrias SIAM Di Tella alcanzaron un nivel de penetración notable en los hogares del país, convirtiéndose en la nave insignia de la burguesía industrial argentina. Guido fue canciller de Carlos Menem, líder carismático de la conversión al neoliberalismo en los años 90, cuando el país sobrevivió a la hiperinflación. Torcuato hijo fue brevemente secretario de Cultura de Néstor Kirchner, un político patagónico casi desconocido que terminaría sellando una corriente propia («kirchnerismo») de centroizquierda en el nuevo siglo, cuando el país volvió a sobrevivir, esta vez al default. Desde ópticas ideológicas casi opuestas (liberalismo versus laborismo), a los hermanos herederos los distinguió la provocación como estilo en la función pública.
Guido, el ministro con mayor sensibilidad artística del gabinete menemista, propuso tener «relaciones carnales» con los Estados Unidos y seducir a los británicos de Malvinas con ositos de peluche.
Torcuato, intelectual faro del efímero gabinete transversal, hizo de su gestión una boutade permanente. Hablaba de llevar la Sinfónica Nacional a los gremios y de ir contra los «culturritos». Como secretario de Cultura, su primera declaración pública fue: «No me interesa la cultura». Mentira. Otra boutade.

El texto que da cuenta de la fundación del instituto se puede leer en la portadilla de los catálogos y las memorias anuales. Ese material está dispuesto en el archivo de la biblioteca de la Universidad Di Tella, en Núñez, frente a la cancha de River. Llegan envueltos en unas finas cubiertas de plástico y, para manipularlos, el investigador debe cubrir sus manos con guantes de látex.

La colección de catálogos, programas y memorias del Di Tella son un hito del diseño gráfico argentino y tienen calidad museo.

-Pero no es arte… -dirán a su tiempo, con palabras distintas pero iguales, Juan Carlos Distéfano y Rubén Fontana, los dos sobrevivientes del Departamento de Diseño Gráfico del Di Tella.

Yo, pues, creo que sí.

* Fragmento de El Di Tella (Paidós).